El libro de Hechos nos presenta una imagen muy atractiva de la vida en comunidad. Nos cuenta que los primeros discípulos de Jesús vivían en un mismo espíritu, de un solo sentir y pensar, que comían juntos, oraban y compartían sus bienes para que nadie tuviera necesidad. Se reunían diariamente en el templo y en las casas. Lucas resalta tanto la alegría, generosidad y firmeza de estos cristianos que nos podría resultar utópico. Pero ese fue el plan de Dios desde un principio. En su misión de redimir a toda la creación, Dios llamó a un pueblo que sirviera de luz a las naciones. La idea era que esta comunidad fuera tan distinta, tan hermosa, que atrajera a los que la vieran. En el Antiguo Testamento, Israel no logró cumplir esta encomienda, y ahora Jesús capacita a su iglesia para este llamado.
Asimismo, nuestra misión estudiantil siempre ha sido comunitaria, reflejado en el nombre mismo del movimiento: Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (IFES). Desde sus inicios, los estudiantes pioneros se unieron alrededor de una visión común y trabajaron en conjunto. Oraron por nuevos amigos e incluso vendieron sus bienes para enviar a uno de sus compañeros a otros países a iniciar más comunidades de discípulos. Es un principio fundamental de la misión que la obra se hace en comunidad, y siempre ha sido parte del ADN de la IFES. No se trata meramente de aprovechar los beneficios del trabajo en equipo, sino que la unidad de los creyentes es en sí un testimonio poderoso en un contexto de soledad y fragmentación. Jesús mismo dijo: “De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (Juan 13:35).
En muchos sentidos, este tiempo de pandemia ha amenazado nuestro sentido de comunidad. ¿Cómo permanecemos unidos sin estar juntos? ¿Cómo fomentamos relaciones de intimidad sin nuestro acostumbrado cafecito, sin los abrazos, sin comer juntos? En IFES valoramos el ministerio de la presencia. Y ahora, ¿cómo hacemos comunidad en esta nueva realidad virtual? Ahí también, Hechos nos puede arrojar luz. Si bien los primeros capítulos describen una comunidad que se juntaba todos los días, estaba limitada a Jerusalén. Al seguir leyendo, descubrimos que una cruel persecución dispersó a los discípulos y los sacó de allí. Ellos no planificaron este cambio. Les sobrevino de forma repentina, y seguramente se sintieron muy desconcertados. No obstante, el protagonista de este libro, el Espíritu Santo, seguía obrando.
Con esta dispersión, se crearon nuevas comunidades. La iglesia se multiplicó dramáticamente y la palabra se extendió a otras regiones y a personas que no habían tenido la oportunidad de pertenecer a esa hermosa comunidad, ¡incluso alcanzó a sus perseguidores! En esta nueva realidad, la comunidad se transformó sin perder su esencia. Los hermanos que ahora estaban separados, algunos confinados en prisión, empezaron a orar unos por otros a la distancia. Comenzaron a escribirse, a enviar mensajes y testimonios de una ciudad a otra. El resto del Nuevo Testamento se formó con estas cartas que los discípulos escribieron de manera remota. En ese intercambio, escucharon que había necesidades y, manteniendo su vieja práctica de generosidad, enviaron ofrendas para apoyar a los hermanos necesitados. Aun distanciada, esta comunidad seguía siendo distinta, hermosa, atractiva.
Alguien siempre estuvo en control, impulsando su misión sin detenerse. Alguien le dio creatividad y valentía a la comunidad dispersada para que siguiera unida y activa. ¿Cómo vemos esto hoy? Que ese mismo Espíritu use este tiempo para hacernos valorar más que nunca la comunidad, que nos llene de ánimo y nuevas ideas, que nos siga entrelazando y enviando a su misión.
Gisela Muñoz Cruz es miembro del Equipo Regional de IFES para América Latina y sirve como Coordinadora Subregional del Caribe hispano. Fue obrera y Secretaria General del movimiento estudiantil de Puerto Rico y vive en San Juan.