Ecuador y particularmente Guayaquil, se han visibilizado a nivel global en las semanas recientes por la crisis sanitaria que estamos viviendo. Hoy damos voz a la vivencia del asesor, William Murillo, y de una estudiante, Marjorie Bello, de CECE Guayaquil, quienes nos comparten sus reflexiones de esperanza en medio del dolor.
Tiempos difíciles nos ha tocado vivir
¡Cómo ha quedado sola la ciudad populosa!
Lamentaciones 1:1
La grande entre las naciones se ha vuelto como viuda.
Cuando leo las primeras líneas con las que inicia el libro de Lamentaciones, pienso en mi lugar natal, mi querida ciudad de Guayaquil, ciudad con dos millones y medio de habitantes y la más populosa del país, a la vez una de las más afectadas por la pandemia del coronavirus. La expresión “se ha vuelto como viuda” es aplicable; experimentamos caos y niveles de angustia sin precedentes. ¡Tiempos difíciles nos ha tocado vivir!
Las primeras semanas de abril fueron muy dolorosas. En pocos días, nos enteramos de noticias lamentables: como la pérdida del papá de un miembro del equipo, el fallecimiento del abuelo de uno de nuestros coordinadores y la hospitalización de varios familiares.
Quienes perdieron un ser querido no solo tenían que lidiar con la pérdida de su familiar; sino también con la incapacidad de expresar y compartir su tristeza con los demás; esto debido a las limitaciones de la cuarentena y el distanciamiento social. Como equipo, tuvimos que pensar en formas concretas e inmediatas de responder a estas situaciones. Sin embargo, aunque teníamos buenas intenciones de ayudar, nuestras iniciativas no eran suficientes. Debo confesar que en ese momento, en mi función de asesor pastoral, me sentí con las manos atadas, sin poder responder de manera más efectiva.
Todo lo anterior fue desesperante, aquello me llevó a pensar si estaba realmente preparado para acompañar este tipo de situaciones, y si en la práctica estaba dispuesto a hacerlo; pues aunque no había perdido a nadie cercano, la tristeza también me estaba invadiendo. En ese momento, cualquier actividad me resultaba una carga pesada.
Recuerdo que uno de esos días entré a mi cuarto, y en la soledad del mismo sentí impotencia y frustración, y me pregunté: ¿Cuán duro debe ser para alguien tener que despedirse de un ser querido en estos momentos? ¿Cuán difícil debe ser sin tener la compañía de más personas que estén allí para consolar y animar?, después de eso, dejé caer lágrimas de mis ojos.
Pero en medio de toda la desesperanza, las expresiones de cariño y aprecio no se hicieron esperar. Varios miembros de nuestra comunidad nos escribían preguntando cómo estábamos, y cómo estaba la ciudad; a pesar de la angustia, sentí un gran respaldo. Recibimos llamadas de aquí y de otras partes del mundo.
Doy gracias a Dios por quienes estuvieron allí; con sus llamadas, animando; con sus mensajes, respaldando. Durante esos días, aunque vimos el dolor de cerca, también vimos las manifestaciones concretas de amor hacia nosotros y con quienes necesitaban apoyo.
Nuestra ciudad hoy sigue luchando y tratando de salir adelante con los efectos del COVID-19 y como CECE nos estamos re ingeniando para responder de forma eficiente a las necesidades de los estudiantes. Seguimos orando juntos y pensando en formas concretas de acompañar a quienes están sufriendo, ayudando a sobrellevar el dolor y la tristeza de forma genuina y en comunidad, sabiendo que Él llora con quienes lloran, sufren con quienes sufren. Porque el dolor y el sufrimiento no son ajenos, ni para Dios ni para nosotros, son parte de nuestra vida y aprendemos a convivir con ello, sin perder la esperanza de que Dios renueve nuestros días como al principio.
Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos;
Lamentaciones 5:21
Renueva nuestros días como al principio.
William Murillo
Willy es un asesor pastoral de la CECE en la ciudad de Guayaquil. Su familia está compuesta por su esposa Guadalupe y su hija Elena. Es un graduado de la Universidad de Guayaquil (Contador Público Autorizado). Conoció a la CECE en el Campamento Nacional del año 2011. Empezó a servir como asesor desde el año 2015.
Jesús dentro de casa, confinamiento a su lado
El temor se apoderó del mundo entero, una pandemia rápidamente se extendía por las naciones. En Guayaquil, una de las ciudades con mayor concentración de casos de COVID-19, se vive un escenario complejo y todos nos podemos sentir identificados desde donde nos encontramos.
El desconcierto invade la mente, muchos hemos tenido un familiar enfermo, un pariente sin trabajo, y otro arriesgando su vida por el prójimo, todos con diferentes historias, pero con algo en común, el deseo que “todo esto ya pase pronto” y “volver a la normalidad.”
Por un lado, están los que pueden quedarse dentro de casa, por otro, los que no tienen hogar, y no pueden hacerlo y los que obligatoriamente deben salir, aquellos que viven de lo que ganan día a día. Sin embargo, estamos todos en el mismo mar, turbulento y tempestuoso.
Él está conmigo
Hay días en los que nos sentimos cansados, sea en familia o de forma individual. El no saber qué pasará mañana nos llena de dudas que nos aplastan. El confinamiento por la cuarentena se hace más duro dependiendo mucho en el barco en el que nos encontremos.
En la Biblia podemos encontrar muchas historias de hombres que nunca se imaginaron estar encerrados, y en situaciones de total desesperanza. Estar recluidos en casa me recuerda a los discípulos de Jesús cuando se encontraban en una barca y una gran tempestad se levantaba, tanto así que el barco ya se anegaba. Los discípulos, recordaron que ahí mismo con ellos, estaba Jesús, durmiendo. Él no había ido a ningún lado. No podían salir del barco porque se ahogarían y se quedaban allí dentro, también. Entonces llamaron a Jesús, el Hijo de Dios.
¿Pero si Jesús está dentro de la tormenta con nosotros, nos ahogaremos? Ciertamente, en esa misma narrativa nos explica cómo Jesús se levantó y ordenó a las aguas callar y todo calmó de pronto. Al pasar por diferentes situaciones, por más que adversas que sean, me llena de paz saber que Cristo no nos abandona ni por un solo momento. Jesús está con nosotros. Esto realmente me llena de aliento. Él no se marcha dejándonos a la deriva, sino que permanece a nuestro lado, así sea dentro de casa, en la tempestad o en la bonanza. En la alegría y en la tristeza. En todo momento.
Y aunque parezca estar durmiendo, si clamamos, Él se levanta y con su voz que retumba en medio del dolor, nos ayuda. Nos sana, y lo seguirá haciendo como hasta ahora.
Su amor en luz verde
La ola de contagios puede ser muy alta, pero me conforta saber de la compañía de Jesús en medio de esta pandemia. A pesar que la ciudad todavía esté ubicada en la categoría de semaforización roja, sé que Jesús ha dado luz verde para buscarlo en cualquier hora del día. También su palabra me recuerda que Él ha dicho que el Padre Celestial alimenta a las aves, que no siembran, ni siegan, entonces cuanto más a nosotros si confiamos en su poder. Nos alimentara con su maná, nuestra hambre física y espiritual que hoy tenemos; si lo buscamos, su palabra no tardará en llenarnos de su paz y aún por más lejos que estemos su amor nos alcanzará.
Él está con nosotros en medio de la emergencia sanitaria en la que vivimos. No nos ha abandonado, ni lo hará, porque su amor es fiel e inagotable.
Marjorie Bello
Marjorie tiene 21 años, actualmente está cursando el octavo semestre en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Guayaquil, en la cual es una de las coordinadoras de grupo en la CECE – FACSO. Pertenece al Ministerio de Danza Hefzi-bá del Centro Evangelístico Asambleas de Dios. Se desempeña como maestra de niñas y presentadora del programa online “Pasión por la danza TV”.