Para mucha gente alrededor del mundo –en países tan diversos como en el Reino Unido, India y Sri Lanka—el paisaje político para la nueva década luce lúgubre. Nacionalismos racistas, fundamentalismo económico de derecha, retórica obsoleta de la izquierda, y la corrupción de los medios públicos han sofocado la cultura política. La imaginación moral colectiva parece estar atrofiada. La reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25, Madrid) mostró, una vez más, cómo los gobiernos solo actúan de labios para afuera respecto de enfrentar el problema del calentamiento global. El interés nacional, estrechamente concebido, siempre pesa más que los derechos humanos y bien común global.

Ha sido dejado a los actores no estatales, mayormente estudiantes y otra gente joven (los así llamados “mileniales”), el promover públicamente los derechos de las personas vulnerables, sean mujeres sufriendo abuso doméstico en Francia (la campaña Nous Toutes), comunidades pobres amenazadas por el cambio climático (Greta Thunberg y sus numerosos seguidores), disidentes enfrentando detenciones arbitrarias y deportación (Hong Kong), o minorías étnicas y religiosas (India). En nuestro mundo digital, manifestantes en Ecuador y Chile, Sudán, Líbano y Tunisia han estado aprendiendo uno del otro mientras desafían la tiranía o luchan por más equidad económica.

Si estos mileniales pueden moverse más allá de asuntos políticos únicos para abrazar una visión más amplia de transformación social y cultural, fundamentada en una narrativa política más abarcativa que el propio interés, ellos podrían proveer las semillas de esperanza para la nueva década. Pero ese es un gran “Si”.

La Declaración de los Derechos Humanos de la ONU habla de nosotros siendo “miembros de una familia humana”. Pero la Declaración asume que los estados nacionales serán los protectores y promotores de esos derechos humanos. Ese no ha sido el caso en siete décadas desde que la Declaración fue escrita y aceptada por los miembros de la ONU. Los estados miembros, no menos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, han sido los mayores violadores de los derechos naturales que le pertenecen a cada persona humana en el planeta.

Mientras que los EEUU han adoptado una pose de promotor global de los derechos humanos alrededor del mundo, no solo que ha protegido y armado hasta los dientes a algunos de los regímenes más canallas, sino que el lenguaje de los derechos humanos ha tenido comparativamente poca venta dentro de su territorio. El Congreso pasa resoluciones expresando solidaridad con los manifestantes en Hong Kong, pero se hizo de la vista gorda a la brutal supresión del Movimiento de los Ocupados por parte de la policía en muchas ciudades estadounidense. Condena la dura represión de los uigures por el régimen chino y de los rohinyás por el birmano. Pero completamente ignora las crueldades masivas de su sistema de justicia criminal, con su prejuicio racista, sentencias desproporcionadas, y la permanente inhabilitación y estigmatización social (en muchos estados de EEUU) de aquellos que han servido alguna sentencia de prisión.

En un ensayo muy perspicaz, escrito hace unas dos décadas atrás, el antropólogo social Talal Asad comparó el lenguaje invocado por el activista militante Malcolm X en los 60 con aquel usado por el Rev. Martin Luther King. En un famoso discurso criticando el movimiento de los derechos civiles, Malcolm X apeló a sus colegas afroamericanos a recurrir a los derechos humanos como un camino para trascender las limitaciones del estado. “Necesitamos expandir la lucha por los derechos civiles a un nivel más alto, al nivel de los derechos humanos. Donde sea que uno está en la lucha de los derechos civiles, sea de manera consciente o no, uno se está confinado a sí mismo a la jurisdicción del Tío Sam. Nadie del mundo de fuera pueda hablar por nuestra causa en la medida en que la lucha es una lucha por los derechos civiles. Los derechos civiles se dan dentro de los asuntos domésticos de este país. Todos nuestros hermanos africanos y nuestros hermanos asiáticos y nuestros hermanos latinos no pueden abrir sus bocas e interferir en los asuntos domésticos de los Estados Unidos. Por lo tanto, en la medida que estos son derechos civiles, estos vienen bajo la jurisdicción del Tío Sam”.

“Los derechos humanos”, continuó Malcolm X, “son algo con lo que uno nace. Son los derechos dados por Dios. Los derechos humanos son los derechos que son reconocidos por todas las naciones de este planeta. Y en cualquier momento que  cualquiera viola tus derechos humanos puedes llevarlo a una corte internacional”. Al expandir la lucha de los derechos civiles al nivel de los derechos humanos, Malcolm X elevó la esperanza de traer el aprieto de los afroamericanos delante de la Asamblea General de la ONU y a una corte internacional.

Esto nunca llegó a ocurrir, por supuesto; pero como Talal Asad observa, el lenguaje es notable por su compromiso fiel, no como mucha de la práctica liberal occidental, a la concepción de los derechos humanos. Tales derechos no reciben su legitimidad de los estados, aunque los estados son sus principales garantes.

Aunque la petición de Malcolm X tuvo poco impacto en la sociedad estadounidense y su cultura política, otro lenguaje que coincidió con el discurso de los derechos humanos fue desplegada por Martin Luther King con un mayor efecto. Este fue el lenguaje de la tradición profética de la Biblia Hebrea juntada a la popular narrativa fundacional de la nación estadounidense. A pesar de lo escéptico que era King de los supuestos orígenes “cristianos” de la nación y de la fe de sus fundadores, él pudo todavía públicamente tomar del lenguaje de la Constitución y de la Declaración de la Independencia y la narrativa de liberación que iba con estos. Dirigiéndose a sus colegas afroamericanos, él declaró: “Un día el Sur sabrá que cuando estos desheredados hijos de Dios se sentaron a las mesas realmente estaban de pie por lo mejor del sueño americano y los valores más sagrados de nuestra herencia judeo cristiana, y de esta manera llevando toda nuestra nación de vuelta a las grandes fuentes de la democracia, que fueron explorados profundamente por los padres fundadores en la formulación de la Constitución y de la Declaración de la Independencia”.

Diferente a la concepción puramente secular de la justicia legal de Malcolm X, el discurso político de King visualizó la regeneración de la nación como un todo. El buscó lo que llamó la “Comunidad Amada”, una reconciliación que iba más allá de la justicia para su propia gente sin ignorarla. A la vez que confrontaba la responsabilidad de la opresión blanca y el arrepentimiento era necesario, la sanidad de las relaciones era la meta última.

Sobra decirlo, la visión de King también falló. Pero tuvo un impacto inicial más grande debido a que integró el lenguaje de los derechos en un marco narrativo más grande, uno que tocó las fibras en la sociedad estadounidense y movió las conciencias de una población cristiana blanca que había perdido su identidad fundacional. Me pregunto si el desafío político contemporáneo permanece siendo el mismo. ¿Cómo defendemos y promovemos los derechos humanos, no como conceptos abstractos y sin recurrir a un lenguaje tecnicista, sino a visiones imaginativas que están integradas en contra-narrativas que tienen acceso a las (mayormente religiosas) culturas de nuestras respectivas naciones?


Por Vinoth Ramachandra
31 de diciembre, 2019
Material Original: https://vinothramachandra.wordpress.com/2019/12/31/seeds-of-hope/

El Dr. Vinoth Ramachandra es Secretario de Diálogo y Compromiso Social de la IFES. Vive en Sri Lanka. Este blog representa el pensamiento de Vinoth y tiene por fin ser un recurso para los movimientos de IFES para iniciar y modelar conversaciones sobre diferentes temas. El blog no pretende ser la voz oficial de IFES ni de CECE en las temáticas que trata.

Publicación traducida por Josué O. Olmedo Sevilla, quien sirvió en la Comunidad de Estudiantes Cristianos del Ecuador (CECE), movimiento universitario afiliado a IFES, y ahora es parte del equipo de Conectar con la Universidad de la IFES América Latina.