En Latinoamérica nos encontramos en el inicio de la denominada semana mayor, Semana Santa. Es relevante considerar que esta fecha eminentemente religiosa conste en el calendario de la mayoría de los países. Esto confirma la influencia del cristianismo en el imaginario de nuestra cultura. Según la CEPAL (2017), por un lado, América Latina es uno de los continentes con mayor desigualdad en la distribución de la riqueza. Lo que implica la concentración de la riqueza en pocas manos. Contrastamos un continente profundamente religioso, pero sin consecuencias en la praxis de la justicia y equidad social.
Por otro lado, se acaba de cumplir un año de la declaratoria de la Pandemia COVID-19 a nivel mundial. Esta situación sanitaria trajo como consecuencias contracción económica, desempleo, dificultades de acceso a la educación y a la salud. De acuerdo al Ministerio de Trabajo de nuestro país, las mujeres han sido las más afectadas por el desempleo. La pandemia ha develado la precariedad laboral y una marcada diferencia entre el campo y la ciudad, en nuestro país, muchos estudiantes del sistema público de educación han abandonado sus procesos de formación a todo nivel, por la falta de recursos. El confinamiento obligatorio en un inicio, y el voluntario en la actualidad, también catapultó situaciones de violencia intrafamiliar, en contra de mujeres, niños, niñas y adolescentes. Adicionándose también el impacto psicosocial que ha derivado en casos de depresión, estrés y ansiedad, entre otros efectos, de acuerdo a varios estudios especializados. La situación sanitaria no ha evitado tampoco el fenómeno de la migración, que implica exposición y vulnerabilidad para mujeres y menores de edad.
Y como si esto no fuera poco, en el tratamiento de la enfermedad se ha tenido que lidiar con la falta de insumos y equipamiento médico, además del desorden y la corrupción vistos en los titulares de los medios de comunicación nacionales. Hace algunos meses atrás, el mundo entero sintió alivio al saber de los resultados de las primeras vacunas, pero su aplicación en territorio ecuatoriano ha dado lugar a lo inimaginable como el tráfico de influencias, escasez, falta de información y beneficiarios VIP. La vacunación avanza a ritmos desiguales a nivel mundial, y Ecuador está entre los últimos. Con todo esto y más, es evidente que vivimos realidades que reflejan la falta de justicia y paz, postulados del reinado de Dios. La entrada triunfante a Jerusalén vislumbró varias pistas de esperanza para el pueblo judío en su momento, al igual que para nosotros y nosotras en la actualidad.
La narrativa de todos los evangelios recoge este evento. Según Mateo 21, Jesús pernoctaba en Betania, y desde allí iba hacia Jerusalén. Era primavera y era tiempo de la celebración de la Pascua, por lo que el camino de entrada a Jerusalén estaba lleno de carpas de los peregrinos, de aquellos que no han podido conseguir hospedaje en la ciudad. Este particular domingo, Jesús va de camino, y pide a dos de sus discípulos buscar a un pollino, para ingresar a Jerusalén. Esta forma de ingreso rompe con la discreción anterior y el pedido a los beneficiaros de sus milagros que guardasen reserva. Pero ahora sus planes cambian, era necesario cumplir la profecía de Zacarías 9:9. Su ingreso habría de representar al Rey prometido, cuyo reinado sería justo, eterno y humilde. Esta entrada era distinta a la acostumbrada opulencia de las entradas romanas, que representaban la guerra. En su lugar, Jesús entra en un burro que, para la cultura semítica, significaba Paz.
Si bien las multitudes le recibieron como rey y aclamaban las características de su reinado, varios no estarían muy convenidos, como se ve en el versículo 11, lo identifican solo como profeta. La presencia de Jesús en la ciudad conmociona. Las instancias del poder religioso y político seguramente se inquietaron. Los seguidores y seguidoras de Jesús debemos reconocer, proclamar y vivir la presencia transformadora de Jesús de todo acto de justicia y todo esfuerzo por la paz, mediado por la humildad y reconocimiento de su señorío. Jesús se entrega como medicina de nuestras enfermedades a todos y todas, sin estratificación ni privilegios.
Irma Padilla
Esposa, madre y educadora, Ingeniera comercial, MBA y especialista en Finanzas, admiradora de la poesía y de la teología, egresada de maestría de Estudios Teológicos, Presidenta de la Junta Directiva de la CECE.