Como saben, este año la CECE ha venido reflexionando en el libro de Apocalipsis para encontrar en este las orientaciones para nuestro ser y quehacer misionero en la universidad y en el trabajo. Deseo en este ocasión compartir con ustedes una breve reflexión basada en el capítulo 14 del libro de Apocalipsis. En esta porción bíblica se describe con siete características a los/as discípulos/as o seguidores de Jesucristo. Por favor leamos el texto.
“Luego miré, y apareció el Cordero. Estaba de pie sobre el monte Sión, en compañía de ciento cuarenta y cuatro mil personas que llevaban escrito en la frente el nombre del Cordero y de su Padre. Oí un sonido que venía del cielo, como el estruendo de una catarata y el retumbar de un gran trueno. El sonido se parecía al de músicos que tañen sus arpas. Y cantaban un himno nuevo delante del trono y delante de los cuatro seres vivientes y de los ancianos. Nadie podía aprender aquel himno, aparte de los ciento cuarenta y cuatro mil que habían sido rescatados de la tierra. Estos se mantuvieron puros, sin contaminarse con ritos sexuales. Son lo que siguen al Cordero por dondequiera que va. Fueron rescatados como los primeros frutos de la humanidad para Dios y el Cordero. No se encontró mentira alguna en su boca, pues son intachables.” (Apocalipsis 14.1-5, NVI).
Juan de Patmos nos comparte las siete características de los discípulos y discípulas de Jesucristo que le fueron dadas en una visión.
Los discípulos son el pueblo de Dios, las ciento cuarenta y cuatro mil personas, quienes acompañan al Cordero que está de pie en el monte Sión. Estar de pie en el monte de Sión es la imagen usada para significar que es Jesucristo quien verdaderamente reina en la historia. En los capítulos 12 y 13 del libro de Apocalipsis se ve un cuadro del conflicto global en la historia humana donde el dragón, la bestia que surge del mar y la bestia que surge de la tierra se hacen señores de la creación y hacen daño a la humanidad y son violentamente hostiles a los seguidores de Jesucristo. Pero la afirmación de verdad y esperanza viene en el capítulo 14 con esta imagen de Jesucristo de pie en el monte Sión, comunicando así que la primera y última palabra no la tienen los dragones ni las bestias—los poderes espirituales, políticos y religiosos de la historia—sino Jesucristo. En estos meses los recientes estallidos sociales en América Latina, el Caribe y el mundo han develado a los poderes políticos y religiosos que muy campantes atentan contra el bienestar de la gente. En medio de nuestras oraciones y trabajo por la justicia, paz y shalom para nuestro mundo recordemos quién verdaderamente es señor de la historia.
Los discípulos son aquellos que llevan escrito en la frente el nombre del Cordero y de su Padre. Esta imagen de un sello en el cuerpo comunica la idea de identidad. Al centro de quiénes son, qué hacen y cómo lo hacen está el Cordero y el Padre; en contraste con otras identidades forjadas a la luz del ser y quehacer del dragón y las bestias. Este es un desafío para seguir modelando nuestras vidas y encarnando en nuestros cuerpos, con la ayuda del Espíritu Santo, la forma de vida del Cordero y del Padre.
Los discípulos cantan y celebran la presencia de Dios. Y solo ellos lo pueden hacer pues cantan desde la experiencia. No cantan de memoria, sino cantan como quienes han experimentado el rescate y salvación de Dios. Solo los rescatados pueden cantar celebrando su liberación. Por eso otros no pueden aprender el canto. No es cuestión de memorizar una letra, sino de experimentar la salvación.
Los discípulos son aquellos que se mantienen fieles a Jesucristo y no se han vendido al sistema. Esto es lo que se quiere comunicar con la imagen de pureza y ritos sexuales que se mencionan. La imagen es prestada de algunos profetas quienes usaron la fidelidad o infidelidad matrimonial para hablar de la fidelidad o infidelidad del pueblo de Dios a su Señor. La imagen aquí en Apocalipsis quiere animar al discípulo a permanecer leal y fiel a Jesucristo y su proyecto del reino de Dios. Los discípulos, por lo tanto, no se van a la cama con el sistema que se opone a Dios y a la vida.
Los discípulos son aquellos que siguen al Cordero por dondequiera que va. ¡Qué sencilla y profunda definición de discipulado! Seguirle los pasos a Jesús. Primariamente no seguimos a nuestros líderes en nuestras comunidades de fe; primariamente seguimos a Jesucristo. Nuestro centro de atención es Cristo. Es un hecho que él ya se mueve en las aulas, laboratorios, cafeterías, bibliotecas y espacios verdes de las universidades. Es un hecho que él ya se mueve en las oficinas, consultorios, negocios y estudios de los lugares de trabajo. Es un hecho que él ya se mueve en la sala, comedor, baño y dormitorios de nuestras casas o departamentos. Podría abundar en detalles describiendo donde más Jesús se mueve y cuáles son y quiénes son sus prioridades. Pero termino esta sección citando al jesuita y poeta Gerard Manley Hopkins: “Cristo juega en diez mil lugares”. Sigámoslo por dondequiera que va.
Los discípulos pertenecen a Dios y al Cordero y son la muestra de la nueva humanidad. Así como los discípulos tienen una identidad nutrida por la presencia del Cordero y del Padre en sus vidas, como señalamos anteriormente, también tienen un sentido de pertenencia en Dios y el Cordero, quienes los rescataron para sí y como una muestra de la nueva humanidad para el resto de la humanidad. Los discípulos son el adelanto, el “trailer”, el “pre-estreno”, la muestra, la “probada” de lo que es la nueva humanidad. Así lo afirma el libro de Apocalipsis. Todo esto en virtud del rescate de Dios, no de las virtudes de los rescatados. Al mirar la historia de los hechos de los discípulos, y al mirar mi propia historia como seguidor de Jesús, esta afirmación me extraña y a la vez me asombra. Me extraña pues mi vida no es precisamente una muestra de la nueva vida, y me asombra pues la gracia con la que el Señor me valora habla esta verdad acerca de mí. ¡Que su buen Espíritu nos auxilie en esta tarea!
Los discípulos no mienten y son intachables. Es decir son gente que vive con integridad en sus palabras y acciones. No es perfeccionismo o ausencia de faltas, sino autenticidad y transparencia en cómo manejamos nuestras fortalezas e incluso como gestionamos nuestros fracasos y debilidades a la luz del evangelio. Integridad es el compromiso del discípulo en reproducir el carácter de Cristo en su vida bajo la guía del Espíritu de Cristo.