Desde mis días universitarios, me he sentido profundamente atraído por Albert Camus (1913-1960), tanto por sus novelas como por sus ensayos filosóficos. Es difícil, durante estos días de Covid, no recordar su más famosa novela “La Peste” (1947) que describe el brote de una terrible enfermedad que devastó la población de Orán en África del Norte, resultando en su aislamiento y cierre. La narrativa describe la lucha de la gente del pueblo para sobrellevar la avalancha de sufrimiento y muerte.

En otro nivel, la peste ha sido interpretada como un símbolo de la ocupación alemana de Francia, en contra de la cual Camus luchó heroicamente como un miembro de la resistencia. Y, hacia el final de la novela, hay indicios de que esta, es también una parábola de la perenne condición humana—luchar contra la peste del mal en todos nosotros.

Cuando la peste golpea Orán, el sacerdote jesuita Padre Paneloux, predica un sermón de fuego y azufre anunciando que la peste era un juicio de Dios debido a la falla de la gente en arrepentirse de sus pecados. El médico ateo Bernard Rieux está demasiado ocupado ayudando a las víctimas como para permitirse el lujo de tales especulaciones. “Paneloux es un hombre educado y académico,” irónicamente observa, “Él no ha estado en contacto con la muerte; esa es la razón por la que él puede hablar de la verdad con tal seguridad—con una T mayúscula, pero cada sacerdote rural que visita a sus feligreses, y ha escuchado a un hombre respirar con dificultad en su lecho de muerte, piensa como yo lo hago. Él intentaría aliviar el sufrimiento humano antes que intentar resaltar su virtud”.

Sin embargo, el Padre Paneloux se une al médico y sus trabajadores en los hospitales del pueblo y llega a estar en contacto con la gente que sufre de la peste. Su repetida exposición a la tragedia de las muertes de niños ablandó su retórica y obró un profundo cambio en él, de tal manera que cuando predicó su siguiente sermón, él “habló en un tono más gentil y pensado que en la ocasión previa” y “en lugar de decir ‘ustedes’ él ahora dijo ‘nosotros’”.

Golpeando el púlpito con su puño, el Padre Paneloux declara en tono resonante que todos los cristianos deben permanecer en el pueblo y no huir. “No se cuestionaba el hecho de tomar precauciones o el de seguir con las órdenes sabiamente promulgadas para el bienestar común”. Tampoco fue una ocasión para rendirse a la peste en un espíritu fatalista. “No, debemos avanzar, buscando a tientas la salida, tropezando tal vez, y tratar de hacer el bien que esté al alcance de uno. En cuanto al resto, debemos mantenernos firmes, confiando en la bondad divina, incluso en cuanto a las muertes de niños pequeños, y no buscando alivio personal”.

Jean Tarrou, un visitante reciente en el pueblo y el cronista de estos eventos, es la voz atormentada de propio novelista. Él le dice al Dr. Rieux hacia el final de la novela: “Puedo decir que conozco el mundo de dentro hacia afuera, como puede ver—cada uno de nosotros tiene la peste dentro de sí; nadie, ninguno en la tierra está libre de ésta…debemos mantener una vigilancia sin fin de nosotros mismos, no sea que en un momento de descuido respiremos en la cara de alguien y aseguramos la infección sobre él”. De todas maneras, tal vigilancia constante es agotadora. Es un agotamiento “del cual nada queda para liberarnos, excepto la muerte”.

Lo que aprecio de Camus es su honestidad inquebrantable. Mientras presenta los desafíos que la peste plantea a las teodiceas tradicionales, lo hace con respeto y empatía, no con desprecio. Y es igualmente claro que la gente como él, que ha rechazado la fe en Dios, lucha con sus propias cuestiones profundamente preocupantes. Mientras que anuncia que la existencia es absurda, su propio ser clama por coherencia, orden, justicia. Quiere enfrentarse al desorden y al sufrimiento que reina en todas partes. ¿Pero por qué? ¿En qué se basa su pasión por la justicia?

En su más famoso ensayo filosófico, “El Rebelde”, Camus resumió la paradoja del ateísmo militante: “Cuando el hombre somete a Dios a un juicio moral, lo mata en su propio corazón. Pero, entonces, ¿cuál es la base de la moralidad? Dios es rechazado en el nombre de la justicia, sin embargo, ¿puede la idea de la justicia ser entendida sin la idea de Dios? ¿No hemos llegado a lo absurdo?

La lucha de “vivir como un santo [un hombre justo] sin Dios” persiguió a Camus toda su vida. Y, no me sorprendió saber que, por un periodo de años antes de su inoportuna muerte en 1960, él se reunía regularmente con un pastor metodista estadounidense, Howard Mumma, en París. Mumma dice que Camus leyó la Biblia varias veces y le confesó a él:

“La razón por la que he estado viniendo a la iglesia es porque estoy buscando. Estoy casi en un peregrinaje—buscando algo para llenar el vacío que estoy experimentando—y nadie más sabe. Ciertamente el público y los lectores de mis novelas, aunque ven tal vacío, no están encontrando las respuestas en lo que están leyendo. Pero muy en lo profundo, estás en lo correcto—estoy buscando por algo que el mundo no me está dando” (Howard Mumma, “Albert Camus y el Ministro”).

Mumma sintió que Camus estaba muy cerca de un compromiso cristiano, pero desistió del bautismo debido a su arraigada aversión a la iglesia institucional, así como su temor al furor público que esto levantaría. La muerte de Camus es descrita como un accidente de tránsito, pero Mumma cree que fue un suicidio. Él se lamentó: “por mi falla en restaurar la fe en mi amigo, Albert, al menos suficiente fe para prevenir lo que para mí es obviamente un suicidio. Tal vez, la profundidad de su desesperanza estaba más allá de la comprensión de cualquiera, tal vez no”.

Todas las grandes obras de arte, música y literatura (de Oriente y Occidente), sin mencionar la filosofía religiosa, han sido inspiradas por el sufrimiento humano y la muerte. ¿Es demasiado esperar que, de en medio de esta terrible pandemia que al presente trae desgracia al planeta, surjan nuevas novelas, arte, música y filmes que van a enriquecer nuestras vidas y profundizar nuestro sentido de fragilidad, dependencia y solidaridad humana?


Por Vinoth Ramachandra
28 de noviembre, 2020
Material Original: https://vinothramachandra.wordpress.com/2020/11/28/camus-the-plague/

El Dr. Vinoth Ramachandra es Secretario de Diálogo y Compromiso Social de la IFES. Vive en Sri Lanka. Este blog representa el pensamiento de Vinoth y tiene por fin ser un recurso para los movimientos de IFES para iniciar y modelar conversaciones sobre diferentes temas. El blog no pretende ser la voz oficial de IFES ni de CECE en las temáticas que trata.

Publicación traducida por Josué O. Olmedo Sevilla, quien sirvió en la Comunidad de Estudiantes Cristianos del Ecuador (CECE), movimiento universitario afiliado a IFES, y ahora es parte del equipo Conectar con la Universidad de la IFES.