La relación entre la música y la adoración ha sido parecida a un romance intenso que a veces es de muy dulces y gratos momentos, pero a ratos se molestan, se separan y parecen irreconciliables. Hoy en día hay grupos que consideran que cantar no debe formar parte de las reuniones (que son solo “estudios”, y no cultos) y otros que llenan de música sus cultos de adoración a tal grado que no cabe otra cosa.

Hace apenas poco más de un siglo había denominaciones que se partían en dos completamente, y todo por el tema de si se debían usar instrumentos musicales o no. En el tiempo de la Reforma hubo quienes tomaron posturas extremistas contra la música en la iglesia, como Zwinglio, el destructor de órganos de catedrales. Como vemos, la difícil relación entre música y adoración ha acompañado al pueblo de Dios por muchos siglos; no es nada nuevo. Parece evidente que en el tiempo del Nuevo Testamento los cristianos de origen judío prefirieran los salmos, expresión de la poética hebrea; mientras que los de origen griego se sintieran más cómodos cantando himnos, una forma literaria griega.

En medio de esa tensa situación de marcadas preferencias musicales en la iglesia de los colosenses, el apóstol Pablo les encarga “que el mensaje de Cristo esté siempre presente en sus corazones. Instrúyanse y anímense unos a otros con toda sabiduría. Con profunda gratitud canten a Dios salmos, himnos y canciones espirituales” (Col. 3:16, DHH). Siete siglos más atrás, el tosco profeta campesino Amós de Tecoa tronaba contra las expresiones musicales en cultos que más bien parecían espectáculos de autocomplacencia y que carecían del ingrediente esencial del pueblo que lleva el nombre de Dios: “¡Alejen de mí el ruido de sus cantos! ¡No quiero oír el sonido de sus arpas! Pero que fluya como agua la justicia, y la honradez como un manantial inagotable” (Amós 5:23, 24, DHH). Creemos que las malas relaciones entre la música y la adoración, tanto a lo largo de la historia como en el momento presente, son resultado de la falta del ejercicio teológico que se requiere hacer al adorar. Esta falta de ejercicio se manifiesta en mentiras que se extienden ampliamente y que ahora mismo repasaremos. Al repasarlas, intentaremos mejorar la relación accidentada entre la música y la adoración.

*Este es un fragmento de un ensayo escrito por Joel Sierra y que está disponible en Scribd.


Joel Sierra Cavazos es mexicano y sirve como pastor en la Comunidad Bautista Jireh en Monterrey. Músico y cantautor de notable trayectoria. Cursa el programa de doctorado en estudios humanísticos del Tecnológico de Monterrey. Desde que era estudiante de biología está vinculado al COMPA (IFES México).