Es interesante reflexionar sobre el recorrido de este año, en el que hemos prestado especial atención a lo que Dios nos dice a través del libro de Daniel. Desde los blogs hasta los eventos que desarrollamos, como el campamento CECE, el EFE (Encuentro de Formación de Estudiantes), capacitaciones, retiros y más, hemos buscado escuchar Su voz y ser transformados por Su Palabra. Ahora, en este último mes del año, muchos sentimos una mezcla de nostalgia y alegría por las festividades de diciembre, especialmente al conmemorar el nacimiento de nuestro Salvador, Jesús. 

Quise mencionar esto porque, desde el primer capítulo de Daniel, encontramos una narrativa profunda sobre un pueblo exiliado, un pueblo que sufría las consecuencias de su propio pecado y enfrentaba un periodo de disciplina bajo el plan soberano de Dios. En medio de este contexto surge la historia de cuatro jóvenes que sobresalen por su compromiso, disciplina, lealtad, amor y respeto a Dios. Estos jóvenes, aunque entendidos en varias ciencias de su cultura, se enfrentaban al reto de adaptarse a una cultura extraña impuesta por su exilio. 

Entre ellos destaca Daniel, quien desde el principio mostró un profundo interés en agradar al “Altísimo”, como él solía referirse a Dios. El primer capítulo nos presenta a un joven que no solo estaba decidido a hacer lo correcto, sino que también buscaba honrar la Palabra de Dios. En este punto, no puedo evitar mencionar al profeta Jeremías. Dios lo envió a advertir a su pueblo, pero sus palabras no fueron escuchadas. Años después, Daniel, al leer los escritos de Jeremías, se dio cuenta de que el exilio de 70 años estaba llegando a su fin, tal como había sido profetizado. Esto lo vemos claramente en el capítulo 9, donde Daniel ora con fervor, intercediendo por su pueblo y preparándose para el regreso a casa. 

La nostalgia que debió sentir el pueblo en esos años de exilio es un sentimiento que podemos comprender hoy. Estar lejos de casa, de la familia, de los amigos, e incluso de las cosas más cotidianas, provoca un anhelo profundo por volver. Pero en medio de esa nostalgia, Dios nunca dejó de hablar, de guiar y de mostrar esperanza. 

Este libro, que nos ha acompañado a lo largo del año, está lleno de aprendizajes valiosos que podemos aplicar dentro de nuestro contexto universitario. En los capítulos finales de Daniel, encontramos una esperanza ardiente, una promesa de restauración y redención. A través de las profecías reveladas, Dios nos da claridad sobre Su plan a corto, mediano y largo plazo. Y, lo más importante, nos señala hacia Jesús, el autor y consumador de nuestra fe y salvación. 

¡El Altísimo nos ha dado una visión de su Reino eterno! Un Reino que, a pesar de las incertidumbres de este mundo, permanece firme. Al igual que Daniel y su generación enfrentaron incertidumbres, nosotros también lidiamos con desafíos actuales: la inestabilidad política, los cortes de energía, la falta de lluvia y las dificultades económicas. Sin embargo, no estamos solos. Nuestro Salvador ha prometido estar con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). 

Hoy, al cerrar este ciclo y mirar hacia el futuro, recordemos que, como Daniel, podemos vivir con una fe que trasciende las circunstancias. Él nos llama a ser luces en medio de la oscuridad, a confiar en Su soberanía y a caminar con la esperanza de que Su reino eterno será establecido plenamente. 

Así que, mientras celebramos el nacimiento de nuestro Salvador y reflexionamos sobre las lecciones de este año, descansemos en la certeza de que el Altísimo sigue reinando. ¡Que nuestras vidas, al igual que la de Daniel, sean un testimonio vivo de fe, esperanza y lealtad a Dios! 

 Jonatan Gaguancela

Jonatan Gaguancela

Soy un apasionado teólogo pastoral y pastor de la iglesia (Somos Uno ICU). Estoy casado con Johii y juntos tenemos dos hijos, Samuel y Sol. Actualmente, trabajo como Asesor Pastoral jr en la CECE en la Universidad de Investigación de Tecnología Experimental YachayTech, en la UTN (Universidad Técnica del Norte) y U de Otavalo.