Un fiel diácono, joven lleno de fe y del Espíritu Santo, así fue conocido nuestro protagonista histórico entre la comunidad judía. Su nombre era Esteban, que significa: “El victorioso”. Es interesante saber eso porque, para nuestra forma de pensar no hay nada de cierto en su significado al leer cómo fueron sus últimas horas de vida. Y más aún cuando su carrera ministerial duró muy poco. Su historia está relatada en los capítulos seis al ocho del libro de Hechos.

Esteban fue seleccionado como uno de los siete diáconos que iban a servir a las mesas, mientras los apóstoles se dedicarían a la predicación y oración.  Pero su anhelo no fue limitarse a este servicio, sino que tuvo la visión de ir más allá de Jerusalén. Su sueño era que el Evangelio llegara a otras culturas y que el mundo conozca a Cristo.

Con el pasar de los días, Esteban se convirtió en un predicador muy influyente, de ese tipo de predicadores que muchos jóvenes principiantes quieren ser. Su estilo de predicación trajo reacciones negativas en su público oyente; tanto así que, lo confrontaron por lo que había dicho y como no lograron encontrar culpabilidad en su discurso, fue presa de calumnias inesperadas.

Nuestro querido amigo fue llevado al Sanedrín (un grupo de setenta ancianos) para ser juzgado de un pecado que nunca cometió. Frente al Sumo Sacerdote, quien poco tiempo atrás había liderado el juicio y condenación de Jesús, tuvo la oportunidad de demostrar que las acusaciones contra él eran falsas. Sin embargo, no lo hizo, más bien, aprovechó el momento para hablar de la historia de los hombres de Dios que antecedieron al Salvador. ¡Cuántas veces perdemos tiempo defendiendo posturas o formas de pensar cuando hay un mensaje que comunicar!

Lo acusaron de cuatro temas:

  1. Blasfemar contra Moisés y la ley judía.
  2. Blasfemar contra Dios.
  3. Blasfemar contra el templo sagrado.
  4. Asegurar que Jesús destruiría el templo y cambiaría las costumbres establecidas desde el tiempo de Moisés.

En su respuesta a los acusadores, él pudo influenciarlos para que lo dejen ir si se retractaba de lo que había predicado, no obstante, nuestro joven predicador decidió continuar su discurso a pesar de lo que podría ocurrir. Es que, para Esteban, confesar a Jesús era también sufrir por él.

Para el pueblo judío había dos cosas tan sagradas que cualquier indicio de querer cambiar algo, significaba la muerte. La primera era la ley de Moisés y la segunda, el templo. Esteban aclara que la ley era un paso en dirección al Evangelio y el templo ya no era el único lugar de adoración porque Dios no está limitado a un lugar, ya que: “el cielo es su trono y la tierra el estrado de sus pies” (Hechos 7:49). Este pueblo estaba adorando al templo y a la ley más que a Dios.

La mirada de Esteban traspasó el templo, vio a Jesús a la derecha de Dios y su discurso terminó con el mensaje central: “Jesús es el Señor”. Esto provocó una reacción peor que la anterior, al extremo perverso de matar al joven predicador sin haberse declarado un juicio. Con esto podemos pensar que, a Esteban lo mató la violencia de un grupo de hombres hirviendo de rabia sólo porque les habían dicho verdades amargas.

Su muerte trajo tristeza profunda a su familia y amigos, lo cual se convirtió en tiempos de crecimiento para la iglesia expandiéndose a nuevas culturas. Su sangre se volvió una semilla para la expansión del Evangelio. El victorioso murió, pero frente a él estaba un hombre que continuaría su legado anunciando la Buena Noticia. Hablo de Saulo a quien hoy llamamos el apóstol Pablo.

Hay muchos mártires en la historia, siendo Esteban el primero de ellos. Te animo a que puedas investigar y compartir tus hallazgos. Y, sobre todo, te invito a reflexionar en cómo la confesión y sufrimiento de Esteban nos desafía a perseverar en nuestra misión en la Universidad hoy.

Lizandro Bravo

Lizandro Bravo

Lizandro, está casado con Glenda Medina, ambos son Asesores Pastorales de la CECE desde hace más de un año en la ciudad de Guayaquil. Actualmente pastorea la iglesia “Expansión de Dios”, además trabaja para Misión Alianza de Noruega en Ecuador (Mane) como facilitador para redes eclesiales en sectores vulnerables. Su pasión es la lectura y la conversación significativa con las personas.