Hoy invitamos a leer una reflexión de Olber Martínez, Secretario General de MUC desde el contexto de El Salvador, como complemento al blog anterior. Ambos nos invitan a considerar este rol paralelo al que estamos llamados a vivir: como ciudadanos del Reino y ciudadanos de nuestros contextos locales.
La historia latinoamericana está marcada por una constante polarización social causante de una fisura en el entramado social básico para el marco de la convivencia. Esto ha desembocado en la construcción de un relato que hace una marcada diferenciación entre “ellos” y “nosotros”. Así sin importar en qué periodo de la historia nos ubiquemos, encontraremos siempre la manera de sabernos éticamente correctos pues “nosotros” siempre seremos los buenos mientras que los “otros” los malos.
Ésta marcada polarización social en nuestros días se traduce en militancias leales que saben gritar el eslogan del partido (sin importar cual sea), que no piensan de manera crítica y que buscan a través de las distintas manifestaciones de la violencia la eliminación del contrario. La iglesia evangélica no se ha escapado de este relato polarizador, pues se ha caracterizado históricamente más por lo que rechaza que por lo que afirma. De esta manera, retomando lo que decía el teólogo Juan Stam: “la iglesia ha sido anticatólica, antipolítica y antimundo”.
Una sociedad polarizada no es algo exclusivo del presente, para muestra la iglesia de Corinto, que debido a su posición geográfica era una ciudad en la que confluían varias culturas con diferencias muy marcadas entre sí, de igual manera cada cultura tenía una forma de entender y practicar su espiritualidad, por otra parte debido a que era un territorio importante para el comercio tenía estratos sociales que determinaban funciones y privilegios.
La iglesia de Corinto era diversa tal como su sociedad, cada convertido trajo consigo muchas de sus costumbres y tradiciones culturales y religiosas, introduciéndolas en el culto. El trabajo de Pablo se enfocó en corregir con paciencia, pero sin excluir a ninguno de los grupos representados. Lo distinto no debe de ser una señal de alarma, más bien da una riqueza a nuestras comunidades y sirve como testimonio de reconciliación para los no creyentes.
Volviendo a la actualidad, algunas veces la iglesia desde la ingenuidad y muchas otras desde su total conocimiento, aunque entendiéndose como antipolítica, ha creado relaciones de alto nivel con líderes políticos tanto del espectro de las derechas como de las izquierdas, que tienen como discurso común defender la vida y la familia.
Así, la iglesia evangélica de un país centroamericano apoya a un gobierno dictatorial de izquierdas que asesina, encarcela y exilia a sus opositores, mientras que en otro país de nuestra región una buena parte de los evangélicos justifica la violencia y se moviliza para apoyar a un expresidente ultraderechista promotor del uso de armas por parte de civiles, nacionalismo extremo y con muchas acciones racistas.
Fruto de esas relaciones políticas, la iglesia evangélica en esos países ha obtenido beneficios, más allá de la defensa de la vida y la familia, pues han sido beneficiados con presupuestos gubernamentales para el “apoyo” de las actividades evangelísticas, condonaciones de deudas, facilitación para la evasión de impuestos, entre otros. No se trata de que, si los valores de los partidos de izquierdas o derechas están más cerca o más lejanos del evangelio, se trata de poder y de influencia sin importar de qué lado se obtengan.
Esta forma de actuar denota un total cinismo ideológico, pues saben bien lo que hacen y aun así lo hacen. Por otra parte, esta práctica además hace que la iglesia sea parte de la polarización de nuestras sociedades, olvidando el principio básico de la fe cristiana que tiene que ver con el encuentro y reconocimiento del “otro”, quien deja de ser lejano y se vuelve prójimo, a pesar de las diferencias.
Una iglesia de derecha o de izquierda no tiene sentido, pues pierde su identidad en Cristo ante quien se dirimen las diferencias de los miembros de la comunidad y la riqueza de la diversidad, tal como el ejemplo de la iglesia de Corinto.
Las primeras iglesias cristianas, eran comunidades diversas, que permitieron que judíos descubrieran a los gentiles como sus prójimos; que los hombres comprendieran que con las mujeres no solo les une la interdependencia, sino que también la procedencia común de Dios; que el griego educado en distintas áreas de la ciencia se encontrara con el judío sin mayor educación (Gálatas 3:28), y que sin importar tales diferencias se entendieran como hermanos. Este es quizá el mayor ejemplo de una democracia.
Ahora bien, nuestro papel como ciudadanos ante las elecciones es la de valorar las propuestas de los candidatos desde el pensamiento crítico, más allá de nuestras preferencias partidarias. Involucrarnos en el proceso democrático, que garantiza la representación de todos los sectores de la sociedad. Pues, aunque nuestras democracias no sean perfectas, tanto por los casos de corrupción e inoperancia de las autoridades electas en el pasado lejano o cercano, cada vez que en la historia se ha tratado de instaurar “la verdadera democracia”, siempre ha provocado lo contrario, la instauración de absolutismos.
Si la estrategia de quienes polarizan nuestras sociedades para beneficiar sus agendas electorales se basa en la mentira institucionalizada (Fakenews, campaña sucia) nosotros hablemos con la verdad, aunque esta sea contraria a nuestras preferencias políticas-ideológicas. Si la estrategia pasa por el uso de la violencia en cualquiera de sus manifestaciones para eliminar al “enemigo”, nosotros seamos promotores de la paz y el diálogo. Es decir, debemos de dar testimonio de nuestra fe que busca la reconciliación de todo, incluso de la política de nuestros países que parecen ir a la deriva de la historia.