Don Ramón es un personaje que ha ayudado a dar rienda suelta a la risa a algunas generaciones, especialmente por sus vivencias particulares respecto al trabajo, entre otras cosas. ¡Cómo no recordar escenas memorables vendiendo globos, haciendo de zapatero o incluso como maestro de guitarra! Y es que este personaje forma parte de nuestra sociedad, de hecho, en los últimos años, decenas de memes y carteles con su imagen están presentes en la celebración del 1 de Mayo.
Por eso, con ayuda de este personaje quisiera contrastar un par de comportamientos que en nuestra sociedad están presentes y delinean perfiles de profesionales y trabajadores en general:
Por un lado, está el grupo de personas que consideran que trabajar es un “mal necesario”, de modo que dirigirse cada día a desempeñar sus labores cotidianas, es visto como una carga. Esto puede ser quizás porque muchas de estas personas no encuentran una correspondencia entre su vocación y el tipo de trabajo que desempeñan, o simplemente por un asunto de percepción. Hay incluso integrantes de ciertos sectores religiosos que consideran al trabajo casi como un acto pecaminoso por tener que estar inmerso en este mundo de maldad.
En contraste con este primer grupo, hay otro integrado por personas que consideran al trabajo y el ejercicio profesional como el fin último de la vida, quizá porque lo ven como el trampolín para escalar posiciones en la sociedad y alcanzar el estatus económico deseado; entonces, se embarcan en una frenética competencia por tener más y mejores logros, incluso sacrificando relaciones familiares y afectivas.
Entre estos dos polos existen intermedios, seguramente más balanceados, pero quisiera partir de estos dos grupos para reflexionar acerca del ejercicio profesional a la luz de un texto bíblico que se encuentra en el primer capítulo de Génesis (Gn. 1:26-28 RVR1960).
26 Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.
27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
28 Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.
Inicio por el versículo 28 centrando el foco de atención sobre el ser humano para luego dirigir nuestra mirada en el Creador de este ser humano. En este versículo observamos a Dios entregando al ser humano un trabajo, una función que debe realizar con la creación, la cual ha puesto en sus manos: fructificar, multiplicar, llenar, etc. Encontramos aquí que el trabajo es por un lado una orden, un mandato del mismo Dios para el ser humano que no se constituye en un castigo, como a veces se piensa acerca del trabajo. Todo lo contrario, es un mandato que dignifica y potencia al hombre y a la mujer; haciéndolos partícipes en la continuidad de esta creación, la cual ha iniciado, pero que no ha terminado, sino que se prolonga con la intervención del ser humano para hacer un efecto multiplicador. Es más, la entrega de este quehacer es un regalo de Dios, lo cual se observa de mejor manera en la traducción de la NVI que dice: “y los bendijo con estas palabras: sean fructíferos…”. El trabajo es pues una bendición dada por Dios para la humanidad. Encontramos aquí en este versículo una reflexión muy importante y es que el ejercicio profesional tiene estas dos dimensiones mandato-bendición entregado por Dios como un propósito de vida para la humanidad.
Pensemos ahora en las implicaciones que tiene este mandato-bendición para sus receptores, los primeros lectores de las palabras “llenad la tierra, y sojuzgadla”, debieron haber captado que esta tarea es mucho más amplia y entretenida que ser “solo” un jardinero, pues, este proceso tiene que ver con la puesta en marcha por el ser humano de todo su intelecto, su creatividad para diseñar nuevas y mejores formas de cultivar y de mantener este entorno favorable para la multiplicación de la especie humana. En este mismo sentido, fructificad y multiplicar la especie humana supondría la creación de grupos humanos cada vez más grandes que deberían transferir esta creación con sus oportunidades y desafíos para el crecimiento de todos.
La segunda reflexión que nos da el mandato – bendición que se desprende de este versículo, al pensar en todas las implicaciones que tenemos hoy en día como profesionales, es poner todo nuestro intelecto al servicio del cumplimiento de este, en favor de toda la sociedad, de modo que nos permita gestar sociedades justas, donde pueden convivir de forma equilibrada los seres humanos, la tierra y todo ser viviente.
Centremos ahora nuestro foco de atención sobre el Creador del ser humano (Elohim), en el verso 26, cuando la trinidad concibe la idea de la creación del ser humano, expresando: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Al respecto, varios teólogos han abordado esta dimensión del diseño del ser humano con bastante profundidad, pero en esta ocasión lo analizaremos desde la perspectiva del profesional cristiano y de los desafíos que tenemos en este ámbito.
La primera cosa que salta a la vista es que Dios crea a la humanidad con su impronta inmediata: ser creativo, porque él mismo es creativo. Desde que somos niños con nuestros primeros juguetes la creatividad es uno de los elementos más importante para nuestro crecimiento y desarrollo, pues con ella exploramos nuestro mundo circundante. Nos sorprendemos de las cosas asombrosas que los niños hacen con su creatividad, así como también observamos con la boca abierta de los avances que ha tenido la humanidad. Era impensado hace pocos años tener una pantalla táctil transmitiendo video en tiempo real, o quizás hace dos siglos pensar en que el hombre podría volar, o los avances médicos desde las primeras vacunas hasta la neurobiología, y es que la creatividad es la herramienta con la que Dios nos ha dotado para cumplir su propósito de sojuzgar y señorear (administrar). Como hijos de Dios somos invitados a explotar esta herramienta que está en nuestra esencia y semejanza con nuestro Creador y como profesionales cristianos somos invitados a desarrollar esta habilidad para crear y recrear.
Como segunda cosa que se revela en este pasaje, con menos obviedad que la primera, es que Dios entrega toda la creación al ser humano, este Dios que es capaz de crear de la nada todo, decide poner al hombre y a la mujer sobre toda su creación. Este detalle nos pone de frente con este Dios que no solo es creativo sino que es ampliamente generoso, nos entrega su creación y con ello permite que el ser humano pueda crecer y desarrollar sus potenciales. Es la generosidad del Creador que permite que el ser humano pueda tener estos desafíos hermosos de crecer en medio de esta vasta creación, pues se desprende de su creación y la entrega en manos del ser humano para que él sea el administrador.
Frente a esta generosidad mostrada se nos presentan dos desafíos como profesionales: ser generosos en medio de una cultura predominantemente individualista, a través de la disposición de desprendernos y compartir con el más necesitado y el desprotegido, en lugar de optar por la acumulación de bienes materiales. Al mismo tiempo implica que en nuestro ambiente de trabajo podamos desprendernos de espacios de poder, por ejemplo, y abrir espacio para que otros enfrenten desafíos que les permitan desarrollarse, entregar y compartir con otros la experiencia y conocimiento profesional, de modo que más personas puedan crecer en el ámbito laboral
Conclusión:
Los desafíos que tenemos como profesionales cristianos hoy en día son diversos. Quizás hay días en los que nos levantamos al igual que Don Ramón y sentimos que el trabajo es una carga en nuestras vidas, y es ahí, precisamente, cuando necesitamos recuperar el sentido que el trabajo ha tenido desde el principio : ser “una bendición” dada por el mismo Dios, para cada uno de nosotros.
Ser presa del egoísmo y el individualismo en nuestra sociedad es muy común, tomemos la decisión de proyectar la imagen de Dios con nuestra generosidad dejando de lado nuestros propios intereses, haciendo eco de lo que dice el apóstol Pablo: “no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús…” (Fil 2:4-5 VRV). El ingreso del pecado en la humanidad desvirtuó está imagen con la cual fuimos creados, pero Jesús a través de su obra en la cruz, es capaz de restaurarla y nos invita a ser semejantes a Él.
Por Daniel Macias
Daniel Macias es miembro de la Junta Directiva de la CECE.