He aprendido a valorar las celebraciones del año litúrgico de la Iglesia. Lo había hecho desde mi adolescencia, pero dos espacios fueron cruciales en mi redescubrimiento de la riqueza de esta práctica de ciertas iglesias. Uno espacio fue mientras hacía el año rural como odontólogo en la población de Pindilig, provincia del Cañar; otro espacio fue en la Iglesia Evangélica Luterana La Trinidad en Guayaquil, cuando por varios años fui miembro de la misma. La localización rural de Pindilig y la influencia de la Iglesia Católica Romana en la vida del pueblo le añadieron ricos matices a mi lectura de los textos bíblicos de las celebraciones. La práctica de la comunidad luterana en Guayaquil de ordenar los tiempos alrededor del año litúrgico refrescó en mi memoria los hechos fundantes de la fe cristiana. Entonces las celebraciones de la Semana Santa, como otras del año litúrgico cristiano, no son ajenas a mí. Con el debido respeto a quienes no son simpatizantes ni practicantes del año litúrgico, comparto con ustedes un resumen de un texto escrito por el Rev. Eugene Peterson, al que vuelvo, al menos, cada Semana Santa, y en el que se describen los abordajes distintos de los evangelistas a los hechos de la resurrección (Peterson, “Resurrection Quartet” en Subversive Spirituality, 1997).
El evangelista Mateo recoge en su narrativa de la resurrección el suceso de un terremoto. Nos cuenta así que la resurrección “mueve el piso” y del impacto histórico de la misma. Un evento que mueve los cimientos nos lleva a preguntarnos qué pasa, cuáles serán las consecuencias y nos mueve a una acción o respuesta. Según Mateo, las respuestas de diferentes personas o grupos a la resurrección son diversas, pero enfatiza una: la respuesta de la adoración. De esta manera nos invita a responder de la misma manera—adorando—ante Jesús resucitado.
El evangelista Marcos nos cuenta como ciertas mujeres se acercaron a la tumba de Jesús pero se encuentra para su sorpresa que la misma está abierta y vacía. Un ángel entonces les da un mensaje, dos mandamientos, y una promesa. Un mensaje con cuatro descripciones: ha resucitado, no está aquí, la tumba está vacía, está yendo a Galilea. Dos mandamientos: no se asusten; vayan digan a los discípulos y a Pedro. Una promesa: ustedes lo verán. Pero Marcos no nos cuenta más del resto de esta historia. La historia necesita ser ‘completada’. De esta manera nos invita a responder a la resurrección de Jesús con nuestra propia participación personal. Si la resurrección no es parte de nuestra historia, entonces no hay resurrección.
El evangelista Lucas registra dos historias más aparte de las mujeres en la tumba. Las historias de la aparición de Jesús a los dos caminantes de Emaús y más tarde a los discípulos. En la historia de Jesús y los caminantes, Lucas nos cuenta cómo Jesús ofrece a estos caminantes un profundo y conmovedor recuento del pasado y su vínculo con la resurrección. Estos discípulos experimentan un fuego en su corazón como fruto de las palabras de Jesús que les abrían las Escrituras. De esta manera, Lucas nos invita a un entendimiento más amplio de la resurrección, cómo el pasado, presente y futuro se entrelazan en este evento.
El evangelista Juan aborda la resurrección de Jesús de diferente manera. Juan provee de evidencia convincente que ayuda a los discípulos a lidiar con las preguntas legítimas que la resurrección genera, ¿realmente ocurrió? Hay cuatro historias en esta narrativa: Pedro y Juan, María, discípulos temerosos, discípulos y Tomás. En estas historias los sentidos son usados: ver, escuchar, tocar. En cada historia los personajes pasan de un estado de no creer a un estado de creer, basados en evidencia de primera mano. Estas historias nos dan permiso para traer nuestras preguntas. De esta manera, Juan nos invita a creer no con una fe ciega sino con una fe que se basa en buena evidencia.
¡El Señor resucitó!