Según los primeros versos de Romanos 12 la respuesta del creyente a la iniciativa de la misericordia del SEÑOR es la adoración espiritual. Es decir, la adoración de acuerdo con el Espíritu. Y esta adoración espiritual tiene dos componentes muy concretos: se expresa en el cuerpo y se expresa en la mente, se expresa en acciones y actitudes concretas.
Para referirse al cuerpo el apóstol Pablo recurre a un lenguaje cultico, un lenguaje litúrgico: “ofrezcan su cuerpo como sacrificio, vivo, santo y agradable a Dios” (v1). Esto Pablo lo dice en el contexto de que antes ha afirmado que Jesucristo fue ofrecido como sacrificio por nuestros pecados muriendo en la cruz para salvarnos. Partiendo desde esta misma noción e imagen, ahora Pablo anima a que seamos sacrificios vivos. Es decir, ya que la iniciativa de Dios en Jesucristo fue que el muera por nuestros pecados, entonces ya que hemos sido redimidos y justificados, ahora nosotros respondemos al SEÑOR ofreciendo toda nuestra persona viva, completamente viva, para Dios. Jesús murió agotando en sí mismo el poder del pecado y de la muerte, ahora nosotros vivimos cada vez más plenamente para Dios.
Para referirse a la mente el apóstol Pablo recurre a un lenguaje de cambio o innovación: “no se amolden…sino sean transformados mediante la renovación de su mente” (v2). Esto Pablo lo dice en el contexto de lo que él llama el “mundo actual”, es decir, el mundo que sigue la racionalidad de la cultura imperial romana: pecado, muerte, injusticia. Cultura imperial romana que ha venido educando a la gente para que acepte la discriminación, cierta identidad, ciertas jerarquías, ciertas divisiones como si fueran naturales. Por ejemplo, quiénes son verdaderos ciudadanos y quiénes no; quienes son verdaderamente los dignitas de la polis romana y quiénes no.
¿Cómo renovar la mente? ¿Cómo ser transformados? ¿Cómo no amoldarnos? Mucho de la pista empezó a ser desarrollado en el capítulo 8 de Romanos: una mente fijada en los deseos del Espíritu: vida, paz, morir al mal y resistirlo, justicia, vivir en el poder de la resurrección, dar muerte a los malos hábitos, reconocernos como hijos de Dios en pleno derecho (8:5-17).
Con esta acción y actitud vivida en nuestro cuerpo y nuestra mente, vivos para Dios y renovados para Dios, podremos experimentar la bondad, deleite y plenitud de la voluntad y propósitos de Dios. Todo lo que somos y todo lo que tenemos: cuerpo y mente, alineados, gravitando y movidos alrededor de la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios.
Esto es adoración espiritual, o también adoración según la lógica o racionalidad del Espíritu Santo: toda nuestra persona viva y renovada para el SEÑOR, cuerpo y mente. Esta adoración se manifestará en dos ámbitos: en nuestra vida en la comunidad de discípulos y discípulas de Cristo, y en nuestra vida pública en el resto de la sociedad. En el cuerpo de Cristo y en el cuerpo de la sociedad. Esto implica que la adoración a Dios incluye lo cultico, pero va más allá apuntando a la vida misma de la comunidad y de cómo nos conducimos en la sociedad para el testimonio del Evangelio de Jesucristo.
Conoce más al autor

Josué Olmedo, ecuatoriano, casado con Ruth y padre de dos hijas. Vive en Quito, Ecuador. Sirvió en la CECE como líder estudiantil, asesor y director nacional. Actualmente sirve como co-líder de la Iniciativa Logos y Cosmos de la IFES América Latina y como miembro del Equipo Regional de la IFES AL. Es profesor universitario ocasional de la Escuela de Filosofía de la PUCE. Cuenta con estudios en educación, Biblia, teología y filosofía. Le gusta el café, leer libros y salir caminar.