La carta a los Romanos es una de las cartas con mucho contenido teológico, pero también con un valor sentimental muy grande. Esta carta nace mientras el apóstol Pablo visitó a la iglesia en Corinto en su tercer viaje misionero. Él no fue el fundador directo de esta iglesia, tampoco nunca la visitó, aunque ese era su anhelo. La iglesia fue iniciada muy probablemente por judíos y prosélitos que habían creído y aceptado a Jesús como su Señor durante la predicación de Pedro en el día de Pentecostés cuando visitaban Jerusalén. Este grupo estuvo mientras se habló del plan de salvación para todos.
A pesar de que Pablo no conocía directamente a los hermanos de esta congregación, allí había algunos de sus amigos más cercanos. Es posible que hayan sido ellos los que le dieron información de la fe que había entre estos creyentes (v.8). Es tan importante mencionar que, aunque Pablo no estuvo en persona con ellos, pudo servirlos en oración. Muchas dificultades se presentaron que impidieron que el apóstol los visite personalmente, pero eso no impidió que él los pudiera servir con lo mejor que podía hacer y era “orar por ellos siempre”.
Durante mucho tiempo, Pablo quería viajar a España y detenerse en Roma para así poder animar a sus amigos y a todos los creyentes de allí personalmente, y aunque no pudo hacerlo reconoció que, cuando enseñara y animara a los santos de Roma, ellos también le enseñarían. La fe de ellos también serviría para inspirarlo y fortalecerlo a él. Para este apóstol la comunidad tenía una importancia profunda en el tema del amor, cuidado y edificación mutua. Cada uno necesitaba de los demás. Es imposible se cristiano sin ser parte de la comunidad de discípulos de Cristo.
El apóstol se siente muy agradecido porque ve el cumplimiento de su objetivo en la vida, que era la extensión del reino de Dios por todo el mundo (Roma). La buena noticia por la que se alegraba fue que el evangelio ya no estaba confinado a los judíos, sino que también se había extendido a los gentiles del mundo grecorromano. Mi amigo lector, el Evangelio no está encerrado solo en nuestros grupos estudiantiles o nuestras congregaciones, sino que debe ser extendido en las universidades del país, “hasta lo último de la tierra”.
La carta a los romanos nos enseña claramente que todas las personas: judíos y gentiles por igual, hemos pecado y no alcanzamos las normas de la justicia de Dios; todos merecemos condenación, la cual es muerte y separación de Dios. Pero Dios ha provisto una solución para este dilema mortal. La propia justicia de Dios se acredita a quienes ponen sinceramente su fe en Jesucristo como aquel que murió por ellos.
Aquí nos deja claro que “el justo por la fe vivirá”. La persona justa vivirá por su fidelidad. Nadie será justificado en presencia de Dios por hacer las obras que exige la ley. Sino por su fe en el autor de la Vida. Quienes hemos confesado a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador somos llamados a proclamar la buena noticia de salvación en Cristo de manera integral y a la vez fiel.
En nuestro contexto, no tenemos que preocuparnos de la diferencia entre judíos y gentiles de la misma manera en que esa diferencia resultaba problemática, especialmente para los judíos, en el tiempo de Pablo. De lo que sí tenemos que ocuparnos es de que varios grupos de personas, diferenciados por clase, raza, idioma, o estructura social, escuchen el evangelio en su propia situación particular. En las aulas de las universidades nos vamos a encontrar con toda esta variedad. Así que, los animamos a enfrentar estos mismos desafíos que enfrentó el apóstol.
“Señor, fortalécenos, de tal manera que podamos ser testigo tuyo ante todo el mundo universitario”.
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Lizandro Bravo
Lizandro está casado con Glenda, tiene un hijo. Estudió Ingeniería Comercial en la Universidad Estatal de Guayaquil. Es uno de los Asesores Pastorales de la CECE. Además, es facilitador de redes eclesiales en sectores vulnerables. Pastorea junto con su esposa la iglesia Evangélica Expansión de Dios.