La integridad nos es elusiva. En la primera publicación de esta serie aludimos a que integridad es proceder articuladamente, operar con todas las partes, vivir sin tacha, caracterizarse por la rectitud y la probidad. Pero ese perfil no nos describe. Lo que nos describe es la des-integridad. ¿Todo está perdido entonces? A veces daría la impresión que sí, tanto a nivel personal y público. Nos enfrentamos diariamente a fisuras en nuestro carácter que dan la impresión de ser insuperables. En estos días mismo aquí en Ecuador escuchamos de acusaciones de corrupción en contra de la vicepresidenta, y hace unos días se rumoraba del involucramiento del presidente en alguna oscura negociación en un megaproyecto.
En estas semanas hemos explorado las vidas de Noé, Abraham, Jacob y José. Sus vidas mostraron grandes virtudes, así como significativas fisuras. ¿Qué aprendemos de ellos? De Noé nos queda la lección de la influencia moral de un individuo y de una familia. Bastó un justo y honrado como Noé para que Dios retome con él su proyecto de la creación. Del patriarca Abraham, amigo de Dios y padre de la fe, pero dado a las medias verdades para salir de apuros, aprendemos que el Señor es fiel a su palabra, a su proyecto y a su pueblo por sobre nuestras infidelidades. En la historia de Jacob encontramos que es posible ser transformados en personas que confían en Dios para la ejecución de sus planes y abandonar el hábito de las estratagemas y artimañas para lograr nuestros propósitos o los de Dios a nuestra manera. El consentido José nos enseña que es posible vivir diferente y en contracorriente de la cultura que nos rodea y de las conductas perjudiciales.
Reitero la pregunta, ¿todo está perdido? Al mirar la vida de estos cuatro ancestros en la fe, la respuesta es ambigua. Sí y no. Y está bien que sea así. Como lo dijimos en una de las publicaciones, ellos no son héroes. No podemos convertirlos, figurativamente hablando, en nuestros santos patronos en quienes depositar nuestra confianza. Otro es el héroe. Otro es en quien realmente podemos encontrar la integración de todas nuestras partes, la articulación de quienes somos y lo que hacemos, la excelencia en las virtudes del carácter – como individuos y colectivos. Ese otro es Jesucristo. En su muerte en la cruz y su resurrección radica la esperanza; él es el único digno de nuestra confianza. ¿Todo está perdido? Absolutamente no, en razón de Jesucristo. La integridad nos es elusiva, pero es nuestra vocación. Mi oración es que estas sencillas reflexiones que he compartido estas semanas nos animen a robustecer nuestras reservas morales y así reflejar mejor en la universidad y en lo slugares de trabajo la bondad, belleza y verdad del evangelio de Jesucristo que tiene poder para transformar individuos y naciones. El Ecuador está gimiendo por la manifestación de los hijos de Dios.